Escrito por Pilar Guiroy
Un cadáver en la tumba terminaba, según las creencias, en un estado muy hinchado y descompuesto. Sin embargo, la apariencia de los vampiros fuera de las tumbas variaba mucho en las distintas partes de Grecia. Generalmente no se distinguían de las personas vivas, dando lugar a la creación de muchas historias folclóricas sobre este tema. Pero este no era el caso en todos lados: en el Monte Pelión, los vampiros brillaban en la oscuridad, mientras que en las islas Sarónicas se creía que los vampiros eran jorobados con largas colas; en la isla de Lesbos tenían largos dientes caninos, semejantes a los de los lobos.
Los vampiros podían ser inofensivos, a veces regresaban para ayudar a sus esposas con el trabajo. Sin embargo, por lo general eran vistos como predadores feroces que mataban a sus víctimas que se convertirían en vampiros (beber su sangre no era una parte importante en estas leyendas).
Los vampiros eran tan temidos por el daño potencial que podían provocar, que un pueblo podía enloquecer si creía que estaban por ser atacados por alguno. Nicolás Dragoumis recuerda haber visto este pánico en Naxos en los años ’30, seguido de una epidemia de cólera.
Muchos remedios eran empleados como protección en distintos lugares, como por ejemplo pan bendecido de la iglesia, cruces, y cuchillos de mango negro. Para evitar que los vampiros se levantaran de entre los muertos, sus corazones eran atravesados por agujas de hierro mientras estaban en la tumba, o se quemaba sus cuerpos y se esparcían las cenizas. Como la iglesia se opuso a la quema de personas que habían recibido el sacramento de la Confirmación en el ritual del bautismo, la cremación era el último recurso que se utilizaba
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