Escrito por Pilar Guiroy
Las medidas preventivas contra ellos incluían clavarse el cuerpo con espinas o estacas, poner aserrín en el ataúd (para que el vampiro despertara al anochecer y tuviera que contar cada grano de aserrín, lo que lo mantendría ocupado toda la noche, de manera que muriera al amanecer), poner libros bajo el mentón para evitar que el cuerpo comiera la mortaja, clavar vestimentas a los ataúdes por la misma razón, y poner un crucifijo en el ataúd.
En el caso de las estacas, la idea más corriente era que había que atravesar al vampiro hasta clavarlo en el piso. Algunas personas enterraban a aquellos que creían se convertirían en vampiros con guadañas sobre sus cuellos, de manera que se decapitarían a sí mismos al levantarse.
Las evidencias de que un vampiro rondaba algún lugar se reflejaba en la muerte del ganado, de ovejas, o de parientes y vecinos; un vampiro también hacía sentir su presencia por actividades parecidas a las de un poltergeist, o por presión sobre las personas mientras duermen.
Los vampiros, como otros monstruos eslavos legendarios, sentían temor del ajo y otros objetos dependiendo de la tradición. Las espinas (entre los eslavos del sur) y los áspides (entre los eslavos del Este) también eran valorados como atropaicos y/o materiales adecuados en vez de estacas.
Los vampiros podían ser destruidos por decapitación, estacas, quema, repetición del servicio funerario, rocío de agua bendita sobre su cuerpo, o exorcismo. En los Balcanes también se les podía disparar o ahogar.
Algunas tradiciones hablan de “vampiros vivientes” o “personas con dos almas”, una especie de brujas capaces de abandonar su cuerpo y ocupar su tiempo en actividades vampíricas dañinas durante el sueño de los hombres.
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