martes, 29 de noviembre de 2011

Las aventuras del vampiro de Sussex.

The adventures of the Sussex vampire, Arthur Conan Doyle (1859-1930)

Holmes acabó de leer cuidadosamente una nota que le había llegado en el último reparto de correo. Luego, con una risita contenida, que era en él lo más cercano a la risa, me la tendió.

-Como ejemplo de mezcla de lo moderno y lo medieval, de lo práctico y lo demencialmente fantástico, creo que éste debe ser indudablemente el límite -dijo-. ¿Qué le parece, Watson?
Leí lo que sigue:

46 OLD JEWRY
19 de noviembre.
Asunto: Vampiros.
Señor. Nuestro cliente, el señor Robert Ferguson, de Ferguson & Muirhead, mayorista de té, de Mincing Lane, nos ha dirigido una consulta con fecha de la presente en relación a los vampiros. Dado que nuestra firma está enteramente especializada en impuestos de maquinaria, el asunto difícilmente queda dentro de nuestra esfera de actividades, y, en consecuencia, hemos recomendado al señor Ferguson que le visite a usted y le exponga el caso. No hemos olvidado el éxito de su actuación en el caso Matilda Briggs. Quedamos, querido señor, sinceramente suyos.

MORRISON, MORRISON Y DODD.
per E.J.C.

-Matilda Briggs no era el nombre de ninguna joven, Watson -dijo Holmes, en tono reminiscente-. Era un buque relacionado con la rata gigante de Sumatra. Es una historia que el mundo no está todavía preparado para oír. Pero, ¿qué sabemos de vampiros? ¿Entra eso en nuestra esfera de actividades? Cualquier cosa es mejor que la inactividad, pero lo cierto es que parece como si nos hubieran trasladado a un cuento fantástico de los hermanos Grimm. Extienda el brazo, Watson, y veamos qué nos cuenta la V.

Me eché hacia atrás y tomé el enorme fichero al que Holmes había aludido. Lo sostuvo sobre las rodillas, y su mirada fue pasando, lenta y amorosamente, por el registro donde los viejos casos se mezclaban con la información acumulada a lo largo de su vida.

-Viaje del Gloria Scott -leyó-. Fue un feo asunto. Me parece recordar que usted lo puso por escrito, Watson, aunque no puedo felicitarle por el resultado. Victor Lynch, el falsificador. Veneno… lagarto venenoso, o gila. Un caso notable, ése. Vittoria, la bella del circo. Vanderbilt y el ladrón ambulante. Víboras. Victor, el asombro de Hammersmith. ¡Vaya, vaya! ¡Querido viejo índice! Nada se le escapa. Escuche esto, Watson: Vampirismo en Hungría. Y también: Vampiros en Transilvania.

Recorrió impacientemente las páginas con la mirada, pero al cabo de una breve lectura ensimismada dejó a un lado el enorme registro con un gruñido de decepción.

-¡Basura, Watson! ¡Basura! ¿Qué tenemos nosotros que ver con cadáveres andarines que sólo se quedan en sus tumbas si se les clava una estaca en el corazón? Es pura chifladura.
-Pero, indudablemente -dije yo-, el vampiro no es necesariamente un muerto. Una persona viva podría tener la costumbre. He leído algo, por ejemplo, de viejos que chupaban la sangre de jóvenes para apoderarse de su juventud.
-Tiene usted razón, Watson. En una de esas referencias se menciona esta leyenda. Pero, ¿vamos a prestar seriamente atención a esta clase de cosas? Esta agencia pisa fuertemente el suelo, y así debe seguir. El mundo es suficientemente ancho para nosotros. No necesitamos fantasmas. Me temo que no podemos tomarnos al señor Robert Ferguson demasiado en serio. Quizá esta nota sea suya, y pueda arrojar alguna luz sobre lo que le preocupa.

Tomó una segunda carta que había permanecido olvidada sobre la mesa mientras había estado absorto en la primera. Empezó a leerla con una sonrisa divertida en el rostro, pero esa expresión se fue mutando en otra de intenso interés y concentración. Cuando terminó, permaneció algún rato perdido en meditaciones, jugueteando con la carta entre los dedos. Finalmente, se despertó sobresaltado de su ensueño.

-Mansión Cheeseman, Lamberley. ¿Dónde está Lamberley?
-Está en Sussex, al sur de Horsham.
-No muy lejos, ¿eh? ¿Y la mansión Cheeseman?
-Conozco esa zona, Holmes. Está llena de viejas casas que llevan los nombres de los hombres que las construyeron hace siglos. Tiene usted las mansiones Odley, y Harvey, y Carriton… A la gente se la ha olvidado, pero sus hombres viven en sus casas.
-Precisamente -dijo Holmes, fríamente. Era una de las peculiaridades de su modo de ser, orgulloso y reservado, el que, si bien almacenaba muy rápida y cuidadosamente en el cerebro toda nueva información, raras veces daba muestras de agradecimiento a aquel que se la hubiera proporcionado-. Estoy por afirmar que sabremos muchas más cosas de la mansión Cheeseman, en Lamberley, antes de haber terminado con esto. La carta es, tal como esperaba, de Robert Ferguson. A propósito, dice que le conoce a usted.
-¿Que me conoce?
-Mejor lea la carta.
Me tendió la carta. Llevaba el encabezamiento citado. Decía así:

Estimado señor Holmes,
Me ha sido usted recomendado por mis abogados, pero, a decir verdad, el asunto es tan extraordinariamente delicado que resulta sumamente difícil hablar de él. Concierne a un amigo mío en cuyo nombre actúo. Este caballero se casó hará como cinco años con una dama peruana, hija de un negociante peruano al que había conocido en relación con la importancia de nitratos. La dama era muy hermosa, pero su cuna extranjera y su distinta religión determinaron siempre una separación de intereses y de sentimientos entre marido y mujer, de modo que, al cabo de un tiempo, el amor de mi amigo hacia ella pudo enfriarse, y pudo considerar aquel matrimonio como un error. Sentía que había aspectos del modo de ser de su mujer que nunca podría explorar ni entender. Esto era tanto más penoso cuanto que ella era la esposa más amante que hombre pueda desear, y, según toda apariencia, absolutamente leal. Ahora vayamos al punto que le expondré más claramente cuando hablemos. Lo cierto es que esta nota pretende solamente darle una idea general de la situación y averiguar si está usted dispuesto a intervenir en el asunto. La dama empezó a mostrar ciertos rasgos extraños, totalmente ajenos a su carácter habitual, que es dulce y apacible. El hombre había estado ya casado, y tenía un hijo de su primera mujer. El muchacho tenía quince años, y era un chico muy simpático y afectuoso, aunque desdichadamente lisiado a consecuencia de un accidente en su infancia. En dos ocasiones se sorprendió a la mujer en el momento de atacar al pobre muchacho, sin la menor provocación por parte de éste. Una de las veces le golpeó con un bastón, causándole un gran moretón en el brazo.

Eso no fue nada, sin embargo, si se compara con su conducta con su propio hijo, un niñito que aún no ha cumplido el año. En cierta ocasión, hace cosa de un mes, este niño había sido dejado solo por su aya durante unos pocos minutos. Un fuerte grito del niño, como de dolor, hizo volver al aya. Cuando ésta entró corriendo en la habitación, vio a su ama, la señora de la casa, inclinada sobre el niño y, aparentemente mordiéndole en el cuello. El niño tenía en el cuello una pequeña herida por la que salía un hilillo de sangre. El aya quedó tan horrorizada que quiso llamar al marido, pero la dama le imploró que no lo hiciera, e incluso le dio cinco libras como precio de su silencio. No dio ninguna explicación, y de momento, no se habló más del asunto. Aquello dejó, sin embargo, una impresión terrible en el aya, y, desde entonces, vigiló estrechamente a su ama, y montó una guardia más cuidadosa sobre el niño, al que quería tiernamente. Le pareció que, del mismo modo que ella vigilaba a la madre, la madre la vigilaba a ella, y que, cada vez que se veía obligada a dejar solo al niño, la madre esperaba llegar hasta él. El aya guardó al niño día y noche, y día y noche la silenciosa madre vigilante parecía estar al acecho como el lobo acecha al cordero. Esto le parecerá increíble, y, sin embargo, le ruego que se lo tome con toda seriedad, porque la vida de un niño y la cordura de un hombre pueden depender de ello.

Finalmente llegó el día tremendo en que los hechos no pudieron seguir siendo ocultados al marido. Los nervios del aya no resistieron; no podía seguir soportando la tensión, y se lo contó todo al hombre. A él le pareció aquello una historia tan descabellada como ahora puede parecérselo a usted. Sabía que la suya era una esposa amante, y, salvo por los ataques contra su hijastro, una madre amante. ¿Cómo, entonces, era posible que hubiera herido a su querido niñito? Le dijo al aya que estaba disparatando, que sus sospechas eran las de una demente, y que no podían tolerarse semejantes infundios contra la señora. Mientras hablaban, se oyó un grito de dolor. Aya y amo se abalanzaron juntos hacia el cuarto del niño. Imagínese sus sentimientos, señor Holmes, cuando vio a su mujer levantarse de la posición de arrodillada, junto a la cuna, y vio sangre en el cuello al descubierto del niño y sobre la sábana. Profiriendo un grito de horror, volvió hacia la luz el rostro de su mujer y le vio sangre alrededor de los labios. Era ella, ella, más allá de toda duda, la que había bebido sangre del pobre niño.

Así está la cosa. La mujer está ahora confinada en su habitación. No ha habido explicaciones. El marido está medio enloquecido. El sabe, como yo, muy poco de vampirismo, aparte del nombre. Habíamos pensado que era algún cuento fantástico de tierras lejanas. Y, sin embargo, aquí, en Inglaterra, en el corazón mismo de Sussex… Bueno, todo esto podríamos discutirlo mañana por la mañana. ¿Acepta usted recibirme? ¿Querrá emplear sus notables talentos en ayudar a un hombre aturdido? Si es así, tenga la amabilidad de cablegrafiar a Ferguson, Mansión Cheeseman, Lamberley, y estaré en sus habitaciones a las diez.
Sinceramente suyo,
ROBERT FERGUSON.

P.S.-Creo que su amigo Watson jugaba al rugby en el equipo de Blackheath cuando yo era tres cuartos en el de Richmond. Es la única referencia de orden personal que puedo darle.»

-Claro que lo recuerdo -dije, dejando la carta-. El grandullón Bob Ferguson, el mejor tres cuartos que nunca tuvo Richmond. Fue siempre un tipo excelente. Es muy suyo el preocuparse por el problema de un amigo.

Holmes me miró pensativamente y meneó la cabeza.

-Watson, jamás lograré alcanzar sus fronteras -dijo-. Hay en usted posibilidades inexploradas. Haga el favor de enviar un cable, como un buen chico: «Estudiaré su caso gustosamente.»
-¡Su caso!
-No debemos permitir que piense que esta agencia es un asilo de retrasados mentales. Claro que es su caso. Envíele el cable y olvídese del asunto hasta mañana.

La mañana siguiente, puntualmente a las diez, Ferguson entraba en nuestra salita. Yo le recordaba como un hombre alto y flaco, de miembros sueltos, con una veloz carrera que le había permitido burlar a muchos defensas contrarios. Creo que no hay cosa más penosa que encontrarse con los restos naufragados de un atleta que se ha conocido en su plenitud. Su fuerte estructura estaba abatida, su pelo rubio era ralo, y estaba cargado de hombros. Temí suscitar en él impresiones correlativas.

-Hola, Watson -dijo; y su voz seguía siendo grave y cordial-. No tiene usted exactamente el mismo aspecto del hombre al que yo tiré por encima de las cuerdas en Old Deer Park. Supongo que yo también debo estar un tanto cambiado. Pero han sido estos últimos uno o dos días los que me han envejecido. He visto por su telegrama, señor Holmes, que es inútil que me presente como emisario de otra persona.
-Es más fácil el trato directo
-Desde luego. Pero puede usted suponer lo difícil que resulta hablar así de la mujer que uno está obligado a proteger y ayudar. ¿Qué puedo hacer? ¿Cómo voy a acudir a la policía con semejante historia? Pero hay que proteger a los niños. ¿Es que está loca, señor Holmes? ¿Llevará esto en la sangre? ¿Ha conocido usted algún caso parecido en su carrera? Por el amor de Dios, déme algún consejo, porque ya no doy más de mí.
-Es muy natural, señor Ferguson. Ahora siéntese y cálmese, y déme algunas respuestas claras. Puedo asegurarle que yo sí puedo dar muchísimo más de mí, y que confío en encontrar alguna solución. Ante todo, dígame qué pasos ha dado. ¿Sigue su mujer cerca de los niños?
-Tuvimos una escena terrible. Es una mujer amantísima, señor Holmes. Si alguna vez una mujer ha amado a su marido en cuerpo y alma, ésa es ella. Le partió el corazón el que yo hubiera descubierto ese secreto, ese horrible e increíble secreto. Ni siquiera dijo nada. No dio a mis reproches otra respuesta que una expresión como enloquecida y desesperada en sus ojos al mirarme, luego se fue corriendo a su habitación y se encerró en ella. Desde entonces se ha negado a verme. Tiene una doncella llamada Dolores que ya estaba a su servicio antes de que se casara… Es una amiga más que una criada. Le lleva la comida.
-Entonces, ¿el niño no está en peligro inmediato?
-La señora Mason, el aya, ha jurado que no le dejará ni de día ni de noche. Puedo confiar por entero en ella. Más que por él estoy inquieto por el pobrecito Jack, porque tal como le dije en mi nota, ha sido atacado por ella dos veces.
-¿Pero sin sufrir heridas?
-No. Le golpeó salvajemente. Es una cosa todavía más terrible si se tiene en cuenta que es un pobre inválido inofensivo -las duras facciones de Ferguson se dulcificaron al hablar de su chico-. Uno pensaría que la condición del muchacho ablandaría el corazón de cualquiera. Una caída en la niñez y la columna vertebral deformada, señor Holmes. Pero, por dentro, el más dulce y afectuoso de los corazones.
Holmes había tomado la carta del día anterior y la estaba releyendo.
-¿Qué otros ocupantes tiene su casa, señor Ferguson?
-Dos criados que no hace mucho que están a nuestro servicio. Un mozo de cuadras, Michael, que duerme en la casa. Mi mujer, yo mismo, mi chico Jack, el pequeño, Dolores y la señora Mason. Eso es todo.
-Conjeturo que no conocía usted bien a su esposa en la época de su matrimonio.
-Hacía sólo unas pocas semanas que la conocía.
-¿Cuánto tiempo ha estado con ella la doncella Dolores?
-Algunos años.
-Entonces, ¿Dolores debe conocer mejor que usted el carácter de su mujer?
-Sí, podría decirse que sí.
Holmes anotó algo.
-Imagino -dijo- que puedo ser más útil en Lamberley que aquí. Es eminentemente un caso de investigación personal. Si la dama permanece en su habitación, nuestra presencia no puede irritarla ni incomodarla. Naturalmente, nos alojaremos en la posada.
Ferguson tuvo un gesto de alivio.
-Esto es lo que yo esperaba, señor Holmes. Hay un tren excelente que sale a las dos de la estación Victoria, si puede venir.
-Claro que iremos. Ahora tenemos un bache de trabajo. Puedo concederle indivisamente mis energías. Naturalmente, Watson nos acompaña. Pero hay uno o dos puntos de los que quisiera estar seguro antes de partir. Esa desdichada dama, tal como lo entiendo, ha atacado, aparentemente, a ambos niños: a su propio hijo y al del primer matrimonio de usted.
-Así es.
-Pero estos ataques toman formas diferentes, ¿no es cierto? Golpeó a su hijastro.
-Una vez con un bastón, y otra muy salvajemente con las manos.
-¿No dio ninguna explicación de porqué le golpeaba?
-Ninguna, salvo que le odiaba. Una y otra vez dijo esto.
-Bueno, no se desconoce esto en las madrastras. Celos póstumos, por decirlo de algún modo. ¿Es celosa la dama por naturaleza?
-Sí, es muy celosa… Es celosa con toda la fuerza de su vehemente amor tropical.
-Pero el muchacho… Tiene quince años, creo haber entendido, y probablemente estará muy desarrollado mentalmente, puesto que su cuerpo está tan limitado en la acción. ¿No dio él ninguna explicación de esos ataques?
-No. Declaró que no había ninguna razón para ellos.
-¿Hicieron buenas migas en otro tiempos?
-No; nunca hubo amor entre ellos.
-Y, sin embargo, dice usted que es un chico muy afectuoso.
-En todo el mundo no puede haber otro hijo tan ferviente. Mi vida es su vida. Está absorto en todo lo que digo y hago.
Holmes anotó nuevamente algo. Permaneció un rato perdido en sus pensamientos.
-Sin duda, usted y su hijo eran grandes camaradas antes de este segundo matrimonio. Estaban muy cerca el uno del otro, ¿no es cierto?
-Sí, muy cierto.
-Y el chico, siendo tan afectuoso de naturaleza, estaría muy apegado, sin duda, a la memoria de su madre.
-Sí, mucho.
-Parece ser, desde luego, un interesantísimo muchacho. Otro punto acerca de esos ataques. ¿Los extraños ataques contra el niño pequeño, y las agresiones contra su hijo, se produjeron en los mismos períodos?
-En el primer caso, así fue. Fue como si se hubiera adueñado de ella una especie de frenesí, y hubiera descargado su furia contra ambos. En el segundo caso Jack fue la única víctima. La señora Mason no tenía quejas en torno al niño.
-Eso, ciertamente, complica las cosas.
-No acabo de seguirle, señor Holmes.
-Probablemente no. Uno se forma teorías provisionales, y espera a que el tiempo o nuevos conocimientos las desbaraten. Una mala costumbre, señor Ferguson, pero el hombre es débil. Me temo que su viejo amigo, aquí presente, haya dado una visión exagerada de mis métodos científicos. Sin embargo, en el punto en que estamos, me limitaré a decir que su problema no me parece insoluble, y que puede contar con que estaremos en la estación Victoria a las dos.

Era ya entrada la tarde de un triste y brumoso día de noviembre cuando, tras dejar el equipaje en la posada Chequers, de Lamberley, viajamos en coche por un largo y serpenteante camino arcilloso de Sussex, y llegamos finalmente a la vieja casa de campo aislada en que vivía Ferguson. Era un edificio grande y complicado, muy antiguo en su parte central, muy nuevo en las alas, con altas chimeneas estilo Tudor y un techo picudo de lajas de Horsham cubiertas de liquen. Los peldaños de la entrada estaban redondeados por el desgaste, y los viejos azulejos que adornaban el pórtico tenían el emblema de un queso y un hombre, en honor al constructor original. 1 En el interior, los techos estaban estriados por macizas vigas de roble, y los suelos irregulares se combaban en pronunciadas curvas. Un olor a cosa vieja y enmohecida invadía todo aquel vetusto edificio. Había una gran sala central, y a ella nos condujo Ferguson. Allí, en una gran chimenea anticuada cuyo manto de hierro llevaba inscrita la fecha 1670, brillaba y chisporroteaba un espléndido fuego de troncos. Mirando a mi alrededor, vi que la habitación era una singularísima mezcla de fechas y sitios. Las paredes medio artesonadas podían muy bien haber pertenecido al caballero campesino del siglo diecisiete. Estaban ornamentadas, sin embargo, en la parte inferior por una línea de acuarelas modernas elegidas con gusto, mientras que en la parte superior, donde un yeso amarillento ocupaba el lugar del roble, colgaba una hermosa colección de utensilios y armas sudamericanos, que se había traído sin duda consigo la dama peruana que estaba en el piso de arriba. Holmes se puso en pie, con esa pronta curiosidad que surgía de su impaciente cerebro, y la examinó con bastante atención. Volvió con mirada pensativa.

-¡Vaya! -exclamó- ¡Vaya!

Un spaniel, que había permanecido en una cesta en un rincón, se echó a andar lentamente hacia su amo, avanzando con dificultad. Sus patas traseras se movían irregularmente, y la cola le arrastraba por el suelo. Lamió la mano de Ferguson.

-¿Qué ocurre, señor Holmes?
-El perro. ¿Qué le ocurre?
-Eso quisiera saber el veterinario. Una especie de parálisis. Meningitis espinal, pensó él. Pero se le va pasando. Pronto estará bien… ¿no es verdad, Carlo?

Un temblor de asentimiento recorrió la cola fláccida. Los ojos tristones del animal nos miraron a todos sucesivamente. Sabía que estábamos hablando de su caso.

-¿Le vino de repente?
-En una sola noche.
-¿Cuánto tiempo hace?
-Puede que cuatro meses.
-Muy notable. Muy sugerente.
-¿Qué ve usted en ello, señor Holmes?
-Una confirmación de lo que ya pensaba.
-Por el amor de Dios, ¿qué piensa usted, señor Holmes? ¡Puede que para usted sea un simple ejercicio intelectual, pero para mí es la vida o la muerte! ¡Mi mujer una asesina frustrada! ¡Mi hijo en constante peligro! No juegue conmigo, señor Holmes. Esto es terriblemente serio, demasiado serio.

El grandullón tres cuartos de rugby temblaba de pies a cabeza. Holmes le puso la mano en el hombro, tranquilizadoramente.

-Me temo que la solución, señor Ferguson, sea cual sea, le reserva un dolor -dijo-. Se lo atenuaré todo lo que pueda. Por el momento no puedo decir más, pero espero tener algo definitivo antes de salir de esta casa.
-¡Dios quiera que así sea! Si ustedes me disculpan, caballeros, subiré a la habitación de mi mujer, y veré si se ha producido algún cambio.

Estuvo ausente algunos minutos, durante los cuales Holmes reanudó su examen de los objetos curiosos de la pared. Cuando nuestro anfitrión volvió, estaba claro, por su expresión abatida, que no había hecho ningún progreso. Le acompañaba una joven, alta, esbelta, de tez morena.

-El té está listo, Dolores -dijo Ferguson-. Cuídese de que su ama tenga todo lo que desee.
-Está muy mala -exclamó la muchacha, mirando a su amo con ojos indignados-. No pide comida. Está muy mala. Necesita un médico. Me daba miedo estar sola con ella sin un médico.
Ferguson me miró con una interrogación en los ojos.
-Me encantaría ser de alguna utilidad.
-¿Recibirá su ama al doctor Watson?
-Que venga. No se lo preguntaré. Necesita un médico.
-Entonces, iré con usted de inmediato.

Seguí a la muchacha, que temblaba presa de un fuerte nerviosismo, por las escaleras y por un viejo pasillo. A su extremo había una maciza puerta lacada de hierro. Se me ocurrió, al verla, que si Ferguson trataba de llegar por la fuerza junto a su mujer la cosa no le resultaría fácil. La muchacha se sacó una llave del bolsillo, y las pesadas planchas de roble crujieron sobre sus viejos goznes. Entré, y ella me siguió rápidamente, cerrando la puerta detrás de si. En la cama había una mujer, evidentemente con mucha fiebre. Estaba consciente sólo a medias, pero cuando entré unos ojos asustados, pero hermosos, me miraron con miedo. Al ver a un extraño, pareció sentir alivio, y con un suspiro dejó caer nuevamente la cabeza sobre la almohada. Avancé hacia ella pronunciando algunas palabras de confortación, y permaneció quieta mientras le tomaba el pulso y la temperatura. Uno y otra estaban altos, y, sin embargo, mi impresión fue que su condición era más de excitación mental y nerviosa que no de auténtica enfermedad.

-Ha estado así un día, dos días. Temo que se muera -dijo la muchacha.
La mujer volvió hacia mí su hermoso rostro encendido.
-¿Dónde está mi marido?
-Está abajo, y le gustaría verla.
-No le veré. No le veré -y pareció entrar de nuevo en el delirio-. ¡Un diablo! ¡Un diablo! ¡Oh! ¿Qué puedo hacer con ese demonio?
-¿Puedo ayudarla en algo?
-No. Nadie puede ayudarme. Se acabó. Todo está destruido. Haga lo que haga, todo está destruido.

La mujer debía sufrir alguna extraña ilusión. Yo era incapaz de imaginarme al honrado Bob Ferguson como diablo o demonio.
-Señora -dije-, su marido la quiere a usted tiernamente. Está muy apenado por lo que ocurre.
De nuevo volvió hacia mí aquellos ojos magníficos.
-Me quiere. Sí. Pero, ¿es que yo no le quiero a él? ¿No le quiero hasta el punto de sacrificarme antes que romper su querido corazón? Así es como le quiero. Y, sin embargo, él podría pensar de mí… pudo hablarme de aquel modo…
-Está muy dolorido, pero es incapaz de entender.
-No, no puede entender. Pero debería confiar.
-¿Por qué no habla con él? -sugerí.
-No, no; no puedo olvidar aquellas palabras terribles, ni su expresión. No le veré. Ahora váyase. No puede hacer nada por mí. Dígale solamente una cosa. Quiero a mi hijo. Tengo derecho a mi hijo. Este es el único mensaje que puedo enviarle.
Se volvió de cara a la pared y no dijo más. Volví a la sala de abajo donde Ferguson y Holmes seguían todavía sentados junto al fuego. Ferguson escuchó pensativamente mi narración de la entrevista.
-¿Cómo puedo mandarle a su hijo? -dijo-. ¿Cómo voy a saber qué extraño impulso puede entrarle? ¿Cómo podré jamás olvidar cómo se levantó del lado de la cuna con sangre en los labios? -se estremeció al recordar-. El niño está seguro con la señora Mason, y debe seguir con ella.

Una doncella de elegante uniforme, la única cosa moderna que podía verse en la casa, había traído un poco de té. Mientras lo estaba sirviendo, se abrió la puerta y un jovencito entró en la habitación. Era un muchacho que llamaba la atención: cara pálida, cabello rubio, expresivos ojos azul pálido que se encendían en súbita llama de emoción y alegría cuando su mirada se posaba en su padre. Se abalanzó hacia él y le rodeó el cuello con los brazos, con el abandono de una adolescente enamorada.

-Oh, papá -gritó-, no sabía que ya estuvieras de vueltas. Habría estado aquí esperándote. ¡Oh! ¡Qué contento estoy de verte!
Ferguson se liberó suavemente del abrazo, con ciertas muestras de turbación.
-Querido muchacho -dijo, dando unos tiernos golpecitos en la rubia cabeza-, he vuelto pronto porque he podido convencer a mis amigos, el señor Holmes y el doctor Watson, para que vinieran a pasar la velada con nosotros.
-¿Es el señor Holmes, el detective?
-Sí.
El jovencito nos miró de un modo penetrante y, según me pareció, poco amistoso.
-¿Qué me dice de su otro hijo, señor Ferguson? -preguntó Holmes- ¿Podríamos ver al bebé?
-Pídele a la señora Mason que baje al niño -dijo Ferguson. El muchacho se marchó con un andar extraño, bamboleante, que delató a mis ojos médicos que sufría de una afección espinal. Volvió al poco rato, y, detrás de él, venía una mujer alta y delgada que llevaba en sus brazos a un hermosísimo niño, de ojos negros y pelo rubio, una maravillosa mezcla de lo sajón y lo latino. Ferguson, evidentemente estaba loco por aquel niño, ya que lo tomó en sus brazos y lo acarició tiernamente.
-Y pensar que alguien pueda tener el corazón tan duro como para hacerle daño -murmuró, bajando la mirada hacia la pequeña mancha rojo vivo del cuello del querubín.

Fue en aquel momento cuando casualmente miré a Holmes, viéndole una expresión singularísimamente concentrada. Su cara estaba inmóvil, como tallada en marfil, y sus ojos, que por un momento habían mirado a padre e hijo, estaban ahora enfocados, con vehemente curiosidad, en algo que se encontraba al otro extremo de la habitación. Siguiendo su mirada, no pude suponer que contemplaba el melancólico jardín mojado. Cierto que había una persiana medio cerrada por la parte de fuera, obstruyendo la visión, pero, con todo, era indudablemente la ventana lo que Holmes miraba con concentrada atención. Luego sonrió, y su mirada volvió al bebé. En su cuello regordete estaba la pequeña señal hinchada. Sin decir nada, Holmes la examinó atentamente. Finalmente, tomó y agitó levemente uno de los pequeños puños que revoloteaban ante su cara.

-Adiós, hombrecito. Has tenido un extraño comienzo en la vida. Aya, quisiera tener unas palabras con usted en privado.

Se la llevó aparte y le habló vehemente durante algunos minutos. Sólo pude oír las últimas palabras, que fueron: «Espero que su inquietud no tarde en quedar apaciguada.» La mujer, que parecía ser una criatura de la especie huraña y silenciosa, se retiró con el niño.

-¿Como es la señora Mason? -preguntó Holmes.
-No muy convincente externamente, como puede ver, pero tiene un corazón de oro, y quiere muchísimo al niño.
-¿Te gusta la señora Mason, Jack? -Holmes se volvió repentinamente hacia el muchacho, cuya expresiva cara se ensombreció. Negó con la cabeza.
-Jacky tiene agrados y desagrados muy acentuados -dijo Ferguson, rodeando con el brazo los hombros del muchacho-. Afortunadamente, yo estoy entre sus agrados.
El chico apoyó arrulladoramente la cabeza en el pecho de su padre. Ferguson lo separó suavemente.
-Vete ya, Jacky, pequeño -dijo; y contempló a su hijo con mirada amorosa hasta que hubo desaparecido-. Ahora, señor Holmes -prosiguió, cuando el chico se hubo ido-, realmente me doy cuenta de que le he metido en un problema sin solución, porque ¿qué puede hacer aparte de concederme su simpatía? Debe ser un asunto extremadamente delicado y complejo desde su punto de vista.
-Es ciertamente delicado -dijo mi amigo, con una sonrisa divertida-, pero ahora no se me representa complejo. Ha sido un caso propio para la deducción intelectual; pero cuando esta deducción intelectual original se ve confirmada punto por punto por numerosos incidentes independientes, entonces lo subjetivo se hace objetivo, y podemos decir confiadamente que hemos llegado a la meta. De hecho, ya había llegado a ella antes de salir de Baker Street; el resto ha sido meramente observación y confirmación.

Ferguson se llevó su manaza a la arrugada frente.

-Por el amor del cielo, Holmes -dijo, roncamente-, si es usted capaz de ver la verdad de este asunto, no me mantenga en la inquietud. ¿En qué posición me encuentro? ¿Qué debo hacer? No me importa cómo haya llegado usted a establecer los hechos, mientras realmente los conozca.
-Desde luego, le debo una explicación, y la tendrá. Pero, ¿me permite llevar las cosas a mi manera? ¿Puede recibirnos la dama, Watson?
-Está enferma, pero goza de toda su razón.
-Muy bien. Sólo en su presencia podremos aclararlo todo. Subamos a verla.
-No me recibirá -exclamó Ferguson.
-Oh, sí, lo hará -dijo Holmes. Garrapateó unas pocas líneas en un papel-. Usted, al menos, tiene la entrée, Watson. ¿Tendrá la bondad de entregarle esta nota a la dama?

Subí nuevamente, y entregué la nota a Dolores, que abrió la puerta cautamente. Al cabo de un minuto oí un grito en el interior, un grito en el que parecían mezclarse la alegría y la sorpresa, Dolores sacó la cabeza por la puerta.

-Les recibirá. Escuchará -dijo.

Ferguson y Holmes subieron a mi llamada. Cuando entramos en la habitación, Ferguson dio uno o dos pasos hacia su mujer, que se había incorporado en la cama; pero ella hizo con la mano ademán de detenerle. Ferguson se dejó caer en un sillón, y Holmes y yo nos sentamos a su lado, después de una inclinación de cabeza a la dama, que miró a Holmes con los ojos dilatados por el asombro.

-Creo que podríamos prescindir de Dolores -dijo Holmes-. Oh, muy bien, señora, si prefiere que se quede, no tengo nada que objetar. Mire, señor Ferguson, soy un hombre ocupado, con muchas visitas, y mis métodos tienen que ser breves y directos. La operación quirúrgica más rápida es la menos dolorosa. Permítame que antes que nada le diga algo que tranquilizará su espíritu. Su mujer es muy buena, muy amante, y ha sido tratada muy mal.
Ferguson se puso en pie con un grito de alegría.
-Demuéstreme esto, señor Holmes, y estaré en deuda con usted para siempre.
-Lo haré, pero al hacerlo le heriré profundamente en otra dirección.
-No me importa, si libera de culpa a mi mujer. Todo lo demás que hay en el mundo no es nada comparado con eso.
-Permítame contarle, entonces, el curso de los razonamientos que pasaron por mi mente en Baker Street. La idea de un vampiro me resultaba absurda. Y, sin embargo, su observación era precisa. Usted había visto a la dama levantarse de junto a la cuna del niño con sangre en los labios.
-Cierto.
-¿No se le ocurrió que puede chuparse una herida con propósitos distintos al de extraer sangre? ¿Acaso no hubo una reina en la historia de Inglaterra que chupó una herida para sacar de ella el veneno?
-¡Veneno!
-Cosa corriente en Sudamérica. Mi instinto percibió la presencia de esas armas de la pared antes de haberlas visto. Hubiera podido tratarse de otro veneno, pero eso fue lo que se me ocurrió. Cuando vi el pequeño carcaj vacío junto al pequeño arco de cazar pájaros, eso era exactamente lo que esperaba ver. Si el niño resultaba pinchado con una de esas flechas impregnadas en curare o en cualquier otro alcaloide diabólico, moriría a menos que se chupara el veneno de la herida. ¡Y el perro! Si alguien fuera a usar un veneno como ése, ¿no lo probaría primero para comprobar que no había perdido sus virtudes? No había previsto al perro, pero al menos lo entendí, y encajó en mi reconstrucción. ¿Entiende ahora? Su mujer temía un ataque de esa clase. Vio que se producía, y salvó la vida del niño; y, sin embargo, no quiso contarle a usted la verdad, porque sabía cuánto quería usted al muchacho, y temió romperle el corazón.
-¡Jacky!
-Le estuve observando hace unos momentos, cuando usted acariciaba al pequeño. Su cara se reflejaba claramente en la ventana, porque la persiana cerrada convertía al cristal en espejo. Vi en esa cara tantos celos, tanto odio cruel, como raras veces he visto en un rostro humano.
-¡Mi Jacky!
-Tiene usted que afrontarlo, señor Ferguson. Es todavía más penoso por cuanto que ha sido un amor deformado, un amor demencialmente exagerado hacia usted, y probablemente hacia su difunta madre, el que le ha inducido a actuar. Su alma entera está consumida por el odio a ese espléndido niñito, cuya salud y belleza contrastan con su propia deficiencia.
-¡Santo Dios! ¡Es increíble!
-¿He dicho la verdad, señora?

La mujer sollozaba, con la cara hundida entre las almohadas. En aquel momento se volvió hacia su marido.

-¿Cómo podía decírtelo, Bob? Sabía qué golpe sería para ti. Era mejor que esperara, y que lo supieras por otros labios que los míos. Cuando este caballero, que parece poseer poderes mágicos, me escribió que lo sabía todo, me sentí extremadamente feliz.
-Creo que mi receta para el señorito Jacky sería un año de viaje por mar -dijo Holmes, poniéndose en pie-. Sólo me queda una cosa oscura, señora. Podemos entender perfectamente sus ataques contra Jacky. La paciencia de una madre tiene un límite. Pero, ¿cómo se atrevió a dejar solo al niño estos últimos dos días?
-Se lo había contado a la señora Mason. Ella sabía.
-Exacto. Eso pensé.
Ferguson estaba junto a la cama, conteniendo los sollozos, con las manos tendidas, tembloroso.
-Creo, Watson, que es el momento de marchamos -dijo Holmes, en un susurro-. Si coge usted de un brazo a la excesivamente fiel Dolores, yo la cogeré del otro. Eso. Ahora -añadió, cerrando la puerta detrás suyo-, creo que podemos dejar que arreglen entre ellos lo que queda pendiente.

Sólo tengo una anotación más sobre este caso. Se trata de la carta que escribió Holmes como respuesta final a aquella con que empezaba este relato. Decía así:

Baker Street,
21 de noviembre.
Asunto: Vampiros.
Caballero:
En respuesta a su carta del 19, me permito comunicarle que he estudiado el caso de su cliente, el señor Robert Ferguson, de Ferguson & Muirhead, mayoristas de té, de Mincing Lane, y que el asunto ha sido llevado a una satisfactoria conclusión. Agradeciéndole su recomendación, queda, señor, sinceramente suyo.

Arthur Conan Doyle (1859-1930)

lunes, 28 de noviembre de 2011

Piccoli e Bella Lorette

-Nombre: Lorette Gheraldini

-Edad: 208 años (ahora xD), aparente: entre 17 a 19 años, fue creada en 1801.

-Especie: Vampiro

-Clase social: Media (tirando para alta)

-Avatar: Ghislaine (modelo de la fotógrafa belga Viona)

-Lugar de origen: Roma. Italia

-Poderes: Siendo vampiresa tiene los típicos poderes de tal raza, velocidad extraordinaria, fuerza descomunal, un agudo oido y gran olfato, puede leer la mente de las personas, el arte de la persuasión es lo suyo y es bueno destacar su habilidosa flexibilidad, que en ocasiones vienen muy bien.

-Descripción fisica: Lorette es una chica de estatura baja, 155 cm, pronunciadas curvas y gran belleza, de piel blanca y fria como el mármol, grandes ojos grises, nariz pequeña y respingona y labios carnosos y pequeños que encajan prefectamente en su pequeño y aniñado rostro, el pelo largo y liso como la seda, de un castaño claro tirando a rojizo hacen de ella una jovencita realmente bella y debido a ésto la gente suele pensar que aun es una niña y no una mujer como enrealidad lo és o como almenos ella se siente.

-Descripción psicológica: Es una chica muy impulsiva y sentimental, tímida e insegura pero intenta no aparentarlo frente a los demás, los pensamientos de los demás hacen que sea muy desconfiada, es muy inquieta e hiperactiva pero las clases de ballet le ayudan a calmarse muy amenudo. Es muy apasionada, ama la música y la lectura y le encantan los idiomas, es por ello que habla 4 lenguas fluidas y se defiende bastante bien en otras 3, intenta llevar siempre la razón en todo y se enciende muy facilmente en las discuciones que por mucho que las evite siempre acaba en una... una autentica cabezota como la llamaba su padre.

-Orientación sexual: Heterosexual

-Historia: Nacida en el seno de una adinerada familia Italiana, hija de un banquero y una violinista, pasó gran parte de su vida en una mansión en Roma. Desde pequeña dió a conocer su magnifica habilidad para el ballet, sus padres encantados con ello la instruyeron en una de las mas renombradas academias de la zona. Con el paso del tiempo Loretta Benoit Gheraldini, como era conocida, se convirtió en una bella bailarina; cortejada por muchos hombres, los cuales no despertaban pasión en ella hizo que se dedicara unicamente a su arte. Cuando la madre de Loretta muere a causa de una larga enfermedad, ella y su padre caen en una fuerte depresión, joven como era supo sobrellevar esa depresión distrayendose con el baile, pero su padre amargado por la desdicha decide acabar de con su vida pegandose un tiro entre ceja y ceja, la desgracia habia cubierto con su manto a esa familia y en especial a ella, a la pequeña Loretta.
Tras el suicidio de su padre Loretta se encontraba mas sola que nunca, hija única y con sus padres muertos debia tomar una desicion, casarse con algun acendado de la zona o ir a vivir junto a sus tios en Francia; pero no podía ser peor su situación, su padre la habia dejado en la completa ruina, ya ni la casa ni los bienes le pertenecian. Cogio sus maletas el reloj de oro de su padre y el preciado Stradicarius de su madre y se dirigió a un pequeño albergue a las afueras de la ciudad.
La noche siguiente, una cálida noche de verano se dirigia a enviar una carta a sus familiares en Francia, hasta que de repente sintio como todo le daba vueltas, un fuerte golpe en la cabeza hizo que perdiera el conocimiento...
No sabia lo que habia ocurrido, no recordaba nada de aquel momento la cabeza seguia dandole vueltas, como si solo hubiesen pasado unas cuantas horas; Tirada en un cobertizo lleno de pajas se hallaba confusa y sedienta, una sed irreflenable saturaba su graganta, los ruidos nocturnos se hacían más y más presente, los susurros, los animales, lo oía todo a su alrededor, aquello iba a volverla loca, a un costado cerca de ella encontró una nota que decia:
"Piccoli Loretta, esta será tu nueva vida, no la desperdicies que no doy segundas oportunidades. Tu familia en francia no te aceptaría, tu vida sería una desdicha eterna y antes de verte convertida en una mujer despreciada y amargada prefiero que tomes lo que te doy y vivas eternamente bella.
He enviado tus cosas a una pequeña residencia en Napoli, allí donde pasabas los veranos con tus padres, allí estarás mejor. Recuerda la sed te atormentará, tus instintos sabran hacerte actuar, a media noche te espera el carruaje que te llevará a Nápoles, será un largo viaje asi que alimentate bien antes de marchar, cinco dias en ayuno para tí será demasiado, no obstante no dudo de tu fuerza.
Algún día nos conoceremos en persona, te lo prometo Piccoli e Bella Lorette, aún no es el momento para mi. Aguardate de los males pero sobretodo de la Luz del buen Dios Apolo, el sol."
Fue entonces cuando Lorette supo que la habían convertido en una Vampiro, un ser que ignoraba que existiera, hizo todas las indicaciones de la nota anónima y emprendió su viaje a Nápoles, allí vive comodamente y es conocida desde entonces como Lorette Gheraldini. Pasa las noches como bailarina clásica en fiestas de nobles, es como consigue el dinero para subsistir moralmente como a ella le gusta llamar, ya que siendo vampiro es una poderosa asesina y prefiere solo cometer un tipo de crimen y ganarse la vida responsablemente.
Su gran sueño es abrir una gran academia de ballet nocturno, y ahora es cuando lo conseguirá o al menos eso es lo que pretende; pero ni ella ni nadie sabe lo que le depara el destino de su vida inmortal.

-Temores: A la soledad, la cual la persigue austermente como si estuviera eternamente ligada a ella, y a los perros por así decirlo... aun que mas que temor es una obseción insana la cual no es muy agradable que digamos.

-Casa: Nápoles-Italia, una pequeña casa con vistas al mar, cerca del puerto y el mercado de dicha ciudad, Gheraldini Dimora es el nombre por la cual se la conoce en la zona.


Algunos libros sobre Vampiros.

Aqui se encuentra los libros para celular tod o tipo de pantalla
http://libros-gratis.peperonity.com/

Un libro muy bueno esta a la venta.
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Anne-Rice Cronicas Vampiricas 1-10
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Crepusculo.
http://www.quedelibros.com/libro/31688/Vampiros-1-+-Crepusculo.html

domingo, 27 de noviembre de 2011

Cuarto Milenio Documental vampiro

Cuarto Milenio Documental vampiro (Parte 1)
http://www.youtube.com/watch?v=NqvzF059aCc&feature=player_embedded#!

Cuarto Milenio Documental vampiro (Parte 2)
http://www.youtube.com/watch?v=x44yAaeFE44&feature=related

Cuarto Milenio Documental vampiro (Parte 3)
http://www.youtube.com/watch?v=1z-ie1Jw8Gk&feature=related

Orígenes de los vampiros

Orígenes de los vampiros
Aunque a veces puede parecer que fue Bram Stoker, con Drácula, el creador del vampirismo y del mito del vampiro, los orígenes de esta criatura se remontan a tiempos inmemoriales.

Casi siempre tratamos, por lo tanto, de buscar los orígenes del vampirismo o de los vampiros en la literatura y tal vez no vamos mal encaminados, pero no debamos limitarnos a las obras fantásticas que están inspiradas en ellos.
 
Los egipcios, los chinos, los babilonios, los griegos o los romanos, entre otras muchas civilizaciones, hablaban ya hace mucho tiempo de criaturas y monstruos que chupaban la sangre.

La palabra vampiro tiene traducción idéntica en multitud de países: vampyr en Serbia, pamgri en Hungría, danag en Filipinas, kosac en croata, upir en ruso y muchísimas más.

El origen etimológico de la palabra "vampiro" es eslavo ( "vampir") y su significado sería algo a medias entre un ser volador, bebedor-succionador de sangre y lobo.

Posteriormente, a través del alemán, el término pasaría al húngaro, aunque no parece introducirse en las lenguas de la Europa Occidental hasta 1730, a causa de un misterioso episodio de histeria colectiva desatado precisamente en Hungría.

Pero remontémonos mas atrás en el tiempo y hagamos un pequeño repaso de la figura del vampiro a lo largo de la historía y su presencia en las diferentes culturas:

En el antiguo Egipto encontramos deidades vampíricas como Srun, caracterizado por aspecto de lobo con largos colmillos, que se alimentaba de los cuerpos de sus víctimas humanas

En la antigua Grecia, existía en su mitología la leyenda de "Lamia'', que era hija del rey oriental Belus y cuyos hijos fueron asesinados por la diosa Hera al conocerse que ''Lamia'' tuvo un romance con Zeus. Para vengarse, ''Lamia'' comenzó a perseguir a todos los niños que se encontraba para extraerles la sangre para alimentarse. Esta leyenda se convirtió en superstición que se transmitía en las zonas rurales de Grecia y que contaba que ''Lamia'' atacaba a todos los viajeros extraviados, seducidos por la belleza de la "chupasangre". Este caso es el más parecido a la concepción histórica de vampiro. También en la mitología griega se encuentra el caso de ''Empusa'', hija de la diosa Hécate, un ser con pies de bronce y monstruoso que podía transformarse en una bella mujer y conquistaba a los hombres para aprovecharse de su sangre. Además en la Hélade existían en sus leyendas las ''striges'', deidades con rostro de mujer y cuerpo de pájaro que absorbían la sangre de los humanos mientras estos dormían. También existía un ser llamado ''Vrycolaka'', que atacaba a su familia después de muerto.

Autores como Virgilio, Plinio, Herodoto, Homero o Aristófanes creían en la existencia de licántropos, además de otros seres espectrales denominados "empusas" - emparentados posteriormente con los "lémures" romanos (espíritus de difuntos) - que adoptaban aspectos diferentes para asesinar niños y alimentarse de su sangre.

En la Roma Clásica, además de los ya mencionados "lémures", se temía también la aparición de Strix, un vampiro volador que sembraba el terror entre los campesinos.

En la antigua china se temía a un vampiro capaz de chupar la sangre de sus víctimas en unos pocos segundos, llamado "Kiang". Además también se tiene conocimiento de un diablo, "Giang Shi", que actuaba de la misma manera.

Haciéndo un considerable salto en el tiempo, en el folclore centroeuropeo, especialmente en Rumania, nos encontramos con que los campesinos sentían un profundo temor ante la siempre intuída presencia del "Strigoi", un repugnante ser con patas de caballo o cabra, que se alimentaba de su sangre mientras dormían.

Todo esto sin olvidar que, según algunas interpretaciones del Antiguo Testamento, el primer vampiro de la historia fue Caín ya que, después de matar a su hermano Abel, renegó de Dios y fue condenado a vagar el resto de sus días, oculto en las tinieblas, lejos de la luz del sol, alimentándose "de cenizas y de sangre".

Mitos y Leyendas sobre vampiros

Mitos y Leyendas sobre vampiros
El mito del vampiro -y la figura y representación del vampiro- han cambiado mucho a lo largo de la historia -y de su historia-, más como una proyección inconsciente de aquellos que han versado sobre el tema que otra cosa -ya que nadie ha visto a un vampiro de verdad, al menos que pueda contarlo...-
Sin embargo la evolución es evidente, a través de algunas leyendas, relatos, películas o cualquier otra forma de expresión que ponen de manifiesto algunas de las principales características de este mito.
Esta evolución a la que me refiero podría entenderse como una racionalización humana de algo que, en su más profundo origen, inspiraba un terror real y auténtico hacia una versión idealizada del propio objeto de terror, que llega a convertirse en una proyección de nuestros deseos más ocultos. Esto es evidente en la medida en que la figura del vampiro en la actualidad podría simbolizar perfectamente algunos atributos de oscuro deseo (como poder, inmortalidad, belleza, fuerza sobrenatural...) algo bastante alejado de la figura del vampiro original que inspiraba únicamente miedo.
Esta clara evolución del mito del vampiro, al que el paso de los años ha ido revistiendo de aquellas cualidades "prohibidas" objeto de deseo del propio ser humano, podría considerarse una forma lógica de acomodar a la cultura del mundo actual este antiguo mito (que sobrevive a partir de antiguas y lejanas historias y leyendas).
Y es este hecho -el de que el vampirismo se perciba en nuestros días como algo "lejano" y/o en todo caso meramente ficticio- el que ha provocado en parte esta evolución. Esto es bastante lógico si comparamos el mundo actual en el que solamente existen vampiros en el cine con la Europa de siglos pasados en los que el vampirismo era un problema real y cercano (inspirador del más profundo de los temores).
Pero al margen de otro tipo de consideraciones existen una serie de características o rasgos distintivos del vampiro (a través de su propia "evolución") que son claramente definitorios de este tipo de criatura, y , curiosamente, al hacer un breve repaso de la historia y literatura (sin necesidad de adentrarse demasiado en el tema) también podemos observar como no existe un acuerdo demasiado grande en torno a estas cualidades "exclusivamente vampíricas". A continuación algunos ejemplos:

La Inmortalidad

Aunque parece existir en este caso un total acuerdo en todas las versiones y leyendas que tratan el mito de los vampiros sobre la inmortalidad... también parece existir un total acuerdo sobre su "destructibilidad"... Es decir, aunque los vampiros son siempre inmortales siempre pueden ser destruídos de algún modo ¿curioso, no?

Los simbolos religiosos

Aquí existe gran disparidad entre las diferentes representaciones de los vampiros con respecto a su odio hacia los simbolos religiosos (que pueden incluso llegar a destruirles en alguos casos). En general en las versiones más clásicas del mito el vampiro siente odio y repulsión por todo lo relacionado con Dios o la religión (como crucifijos o iglesias). No hay que olvidar que algunas de las explicaciones del origen del vampirismo están directamente relacionadas con la religión. Por otra parte, a medida que tomemos versiones del mito más modernas (hasta la actualidad) veremos como esta característica va desapareciendo sin más hasta el punto de que a los vampiros modernos no parece afectarles ni importarles demasiado la religión...

La Luz del Día

Del mismo modo en las versiones más clásicas del mito la luz del día es una de las cosas que más odian los vampiros (y que más fácilmente puede destruirles), en cambio en las versiones modernas de hoy en día (sobre todo en las cinematográficas) vemos como también hay cada vez más vampiros que se pasean a plena luz sin ningún problema... En medio de esto algunas interpretaciones consideran que el vampiro puede moverse durante el día, aunque se encuentra limitado ya que no dispone de sus poderes.

Cambiar de forma

Otra característica del mito clásico (del vampiro) es la facultad para poder cambiar de forma y aparecer como animal (típicamente un murciélago) o incluso como niebla (esto aparece en Drácula de Bram Stoker) que también ha ido olvidándose con los años y parece ser poco común en vampiros de hoy en día (que parecen estar más pendientes de vivir historias de amor con adolescentes que de atemorizar al personal siguiendo las viejas tradiciones).

vampiros. historia real.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Compartimientos-compartments

Perdon si no subo amenudo entradas hago lo posible por entrar quería comentar que si tiene un historias,leyendas,cuentos,poesías de vampiros lo que deseen pueden mandarmelo a mi correo: miguelito_olivera@hotmail.com para pubicar en el blog.
atentamente:Lestat.


Sorry if I go not up OFTEN possible entries wanted to enter a comment that you have stories, legends, stories, poems vampire who wish can send them to me at my email: pubic miguelito_olivera@hotmail.com for the blog.
 carefully: Lestat.

viernes, 4 de noviembre de 2011

La enfermedad del vampiro

Entre la realidad y la ficción, los afectados por la porfiria sufrían la maldición de ser vampiros ante los ojos de los demás. Pero, ¿qué es exactamente la porfiria? Se trata de una enfermedad producida por la acumulación de dichos compuestos en el organismo. Esto produce el deterioro de la piel que se deforma y se cubre de ampollas y heridas, además de la deformación de los huesos.
Cuando se padece la enfermedad se recomienda una serie de medidas para paliar sus efectos o al menos reducirlos, independientemente de su tratamiento médico. Es justo aquí donde se relacionan fantasía y realidad. Los enfermos de porfiria deben protegerse de los rayos solares ya que estos producen un incremento de los efectos de la enfermedad sobre la piel.
A su vez, se pueden producir mutilaciones de orejas, nariz e incluso labios. Normalmente se desarrolla anemia, por lo que el enfermo presenta un aspecto practicamente cadavérico. Aunque no está comprobado científicamente, parece ser que las sustancias químicas de los ajos, incrementan el efecto de la luz solar sobre la piel.
Toda esta serie de características de la porfiria junto con el desconocimiento que generan este tipo de enfermedades, originaron que muchos enfermos sufrieran el rechazo de la sociedad que llega hasta nuestros días.
Polidori, Stroker, y tantos otros, bebieron de este compendio de factores para desarrollar sus obras. De ahí hasta la actualidad, la literatura se ha visto enriquecida con este tipo de personas, filón de grandes relatos.

Empusa

Empusa.La vampiresa
Vampiros femeninos exclusivos de Fenicia. Asociada en principio a la diosa Hécate, luego se la hizo habitante del Hades.
Para los griegos, Empusa era casi siempre representada con patas de asno, ya que este animal era considerado (vaya a saber uno porqué) un símbolo de la lascivia y la crueldad. Como detalle indescifrable diremos también que Empusa llevaba un calzado de bronce, cuyos fines prácticos se nos escapan.
En realidad, sus formas son tan variables dentro de la literatura que es complicado encontrar un método en sus metamorfosis. Por lo tanto, esbozar sus características es verdaderamente la pesadilla de un mitógrafo. De todas maneras, y tal vez por el hecho de que no somos mitógrafos, nos tomaremos la libertad de dar algunos detalles sobre sus extraños hábitos.
Cuando la Empusa toma aspecto femenino, lo hace con algunas deficiencias. Su aspecto es ciertamente atractivo. Es alta, de formas delicadas, con unos ojos verdes que parecen escrutar hasta los deseos más ocultos de su presa. El problema radica en que no puede disimular la soberbia pierna de bronce que se asoma bajo sus ropas.
Ya en la época de Aristófanes (444-385 a.C) vemos que el mito empezaba a ser tomado en broma, al menos en Atenas. En una de sus tragedias, sus personajes se burlan cruelmente de la pata de bronce de la pobre Empusa; incluso llegan a argumentar que su otra pierna debía estar hecha de excrementos.
En la obra de Filóstrato La vida de Apolonio de Tiana, hay un episodio muy destacable: una Empusa adquiere la forma de una bellísima mujer, y sin dificultad consigue enamorar a un joven estudiante de filosofía. Afortunadamente, el mago Apolonio desenmascara el ardid y logra que la Empusa confiese sus verdaderos fines. Allí la vampiresa admite que se dedica a seducir a los jóvenes e incautos estudiosos, quienes por otra parte jamás se resistieron hasta la intervención inoportuna de Apolonio, para luego beber su sangre en el lecho.
El episodio de Apolonio de Tiana y la Empusa es conocido como "La novia de Corinto", y el tema inspiró un bello relato sobre vampiros escrito por Goethe. Si a alguno de ustedes le interesa, pueden leerlo aquí.
Con el tiempo, la Empusa fue haciéndose menos antropomorfa, hasta que finalmente abandonó todo rasgo humano. Se deja ver especialmente con luna llena; recorre los montes y parajes deshabitados en busca de víctimas humanas (particularmente viajeros) o animales; adquiriendo casi siempre la forma de varios mamíferos menores.
Sus lugares favoritos para emboscar a los imprudentes caminantes eran las encrucijadas. Aquí ya vemos que el mito fue diluyéndose hasta hacerse irreconocible: Apolonio desenmascara a la Empusa mediante la palabra, pero en la época de sus andanzas rurales sólo bastaba con insultarla para ahuyentarla.
Aquellos que disfruten del mito vampírico seguramente ya lo saben, pero de todas maneras preferimos pecar de redundantes: la Empusa es una versión desmejorada de las Lamias; ahora bien, cuando F.W.Murnau filmó Nosferatu la primera película seria sobre vampiros, no consiguió los derechos de autor para llamar a su obra Drácula; por lo que debió modificar muchas cosas, entre otras, el nombre del conde, que en el film se llama Orlock. Nosferatu es una versión alternativa de Drácula, así como Empusa lo es de las Lamias; sabiendo esto es natural que Murnau haya elegido el nombre de Empusa para el barco que transporta al vampiro a las costas de Alemania.

Cómo atraer a un Vampiro

Cómo atraer a un Vampiro.

Una de las formas más utilizadas para atraer a un vampiro consistía en elegir un niño o una niña, lo suficientemente jóvenes como para ser vírgenes, y sentarlos sobre un caballo de color negro, que también fuera virgen y que no hubiese tropezado nunca. Se llevaba al caballo al cementerio y se lo hacía pasar sobre las tumbas. Si se negaba a pasar sobre una de ellas, era una clara señal de que allí estaba enterrado un vampiro; entonces se sentaba a los niños sobre la lápida, y cuando cayese la noche, el vampiro seguiría invariablemente el rastro dejado por el aroma de los infantes.

Esta creencia está muy bien descripta en la novela de Ann Rice, Interview with a vampire.

Algunos folkloristas sostienen que las lápidas en un principio no eran para llevar inscripciones que ilustren sobre la vida pasada del difunto, sino como un método para impedir que los vampiros se alcen de sus tumbas.

Existen otros métodos, acaso más modernos, para atraer a los vampiros; los cuales consisten en aplicar al revés los métodos tradicionales para alejarlos. Por ejemplo: Así como los vampiros aborrecen el ajo, adoran el aroma de las amapolas, razón de más para utilizarlas en caso de intentar convocar a un vampiro, o a cualquier otra entidad nocturna.

En los mitos del este de Europa, encontramos muy pocos remedios tradicionales para convocar a los vampiros, ya que en esa zona, los vampiros suelen ser bastante poco agradables y de existencia miserable. Voltaire solía burlarse de esto, diciendo que la creencia en vampiros es proporcional a la ignorancia de los pueblos que profesan su fe.

Pero en la iluminada cultura de la Europa de Voltaire, también se agitaba el gérmen del vampirismo, el cual adquiría muchas e incongruentes formas. Las leyendas fueron ganando en sutilezas, en pequeñas contradicciones que aumentaron lentamente la creencia en los vampiros.

Se empezó a creer que los vampiros pueden ingresar en una habitación sólo cuando la víctima lo permitía, conscientemente o no. Veamos algunas formas en las que un vampiro podía hacerse presente en el lecho de una dama:

No era necesaria la ausencia de objetos religiosos; ya que los vampiros no temen ningún símbolo en presencia de personas frívolas, sólo los aborrecen cuando las cruces y relicarios sirven como armas en manos de hombres de intensa fe. Las rosas, en cambio, producen en los vampiros un fuerte rechazo, especialmente las blancas. Tampoco es recomendable tener un recipiente con agua en la habitación, particularmente cerca del lecho, ya que los vampiros no pueden cruzar ningún límite marcado con agua; y esto funciona, dentro de la leyenda claro, tanto para los ríos, como para un simple vaso con agua.

Es importante destacar, que una vez que el vampiro se ha hecho presente en la solitaria habitación, tanto la ignota dama como el vampiro son igualmente responsables por el bienestar del otro. Nos explicamos:

Así como un vampiro necesita una invitación para hacerse presente en una casa, también necesita de una autorización para abandonarla. Motivo por el cual, los vampiros suelen alimentarse visitando el cuarto de sus desdichadas amantes, pero jamás les dan muerte dentro de aquellos límites; ya que sin la autorización de la víctima, el vampiro no podrá abandonar el lugar.

Es entonces que la mujer y el vampiro deben complementarse: él leerá sus deseos más recónditos, incluso aquellos de los cuales la mujer no es enteramente consciente, y saciará todos sus apetitos a medida que la vida va derramándose sobre las sábanas. Ella le ofrecerá el cáliz de su cuello palpitante; se irá diluyendo entre sus lascivos abrazos; pero el placer será apenas una anticipación, jamás terminará de consumarse, y cuando la sombra del vampiro abandone la habitación, nuestra desconocida Dama creerá haber tenido un sueño espantoso, sentirá sobre sus labios los ecos de un beso frío, helado como la tumba; su cuerpo temblará, sus lívidos dedos recordaran la textura etérea de un cuerpo masculino.

No recordará el rostro de su siniestro visitante. La noche será como una pesadilla agitándose en aquel rincón de la mente al que no podemos acceder. ¿Sucedió aquello?, se preguntará.

La imaginamos debatiéndose al intentar conciliar el sueño, la mente atribulada por las dudas, y por el horror. La habitación parece cerrarse sobre ella; las paredes bañadas en sombras, las cortinas danzando suavemente con la brisa nocturna.

La soñamos acariciando la lubricidad de su sexo en las tinieblas; intentando recordar un momento que acaso jamás tuvo lugar. Entonces verá, sobre la blanca palidez de las sábanas, una diminuta perla púrpura, la joya roja de sus venas; y ya no habrán más dudas.

No sabemos si nuestra imaginada doncella volverá a dormir con las ventanas abiertas, aunque sospechamos que sí.

Bluatsauger, el Vampiro alemán

Bluatsauger, el Vampiro alemán.

Se trata del vampiro clásico de Alemania. Su nombre puede traducirse al inglés como Bloodsucker, "chupasangre".

De aspecto pálido y siniestro, este vampiro se alimenta sólo de sangre, tanto humana cómo animal. Generalmente se trata de difuntos sin bautizar o adeptos a la magia negra. Se sabe que gritar el nombre del Señor los ahuyenta inexorablemente.

Casi siempre las intervenciones de este vampiro en las leyendas populares son precedidas por algún brote de enfermedad. Generalmente se acusaba de ser un Bluatsauger al primero en morir durante una plaga.

Uno de los medios para impedir que el sospechoso de ser un vampiro se levante de la tumba, era colocarle un racimo de uvas debajo del mentón; aunque a veces sólo bastaba con ponerle una moneda o una piedra en la boca.

Todos estos métodos, curiosamente, no impiden la transformación de un cadáver en vampiro, sino que anulan su capacidad de moverse, y por lo tanto, de salir de su sepulcro. Es decir, para matar a un vampiro siempre hay que confrontarlo, no es posible eliminarlo antes de su metamorfosis, precisamente porque antes de alzarse como vampiro, es simplemente un cadáver.

Todos sabemos lo complicado que resulta matar algo que carece de vida; y este detalle no pasó desapercibido para aquellos pueblos que creen en vampiros. Allí radica el motivo por el que abundan métodos y medicinas tradicionales cuyo único fin es limitar a la tumba la existencia del vampiro.

De hecho, y salvo algunas pocas variantes, las formas de matar a un vampiro fuera de su sepulcro son siempre las mismas: las estacas, el fuego, el vinagre, y no mucho más.

jueves, 3 de noviembre de 2011

La Metamorfosis del Vampiro

Ya hemos hablado largamente sobre Charles Baudelaire; tanto de su obra como de su agitada vida; temas que naturalmente retomaremos a su debido tiempo, ya que este poète maudit es una de nuestras lecturas fundamentales.
Hay algunos poetas, no siempre los mismos para cada uno de nosotros, que nos marcan de manera indeleble, como si entre el poeta y el lector se cerrase un silencioso e íntimo pacto. No me sucede lo mismo con la narrativa, ya que he aprendido a querer a algunos autores que en un principio detestaba; pero con la poesía me sucede algo distinto: siempre he conservado más cerca del corazón a aquellos poetas que me conmovieron en la primera lectura. Baudelaire es uno de esos romances.

Aclarada mi absoluta parcialidad en el tema, me retiro sigilosamente en puntas de pie. Nunca está de más ser prudente en estos asuntos; quizás se haga presente el romance, y no me gustaría ser un estorbo.

Los dejo en manos del poeta y el vampiro.

La Metamorfosis del Vampiro.Charles Baudelaire.

La dama, entre tanto, de su labios de fresa
estremeciéndose como una serpiente entre brasas
y amasando sus senos sobre el duro corsé,
Decía estas palabras impregnadas de almizcle:
Son húmedos mis labios y la ciencia conozco
de perder en el fondo de un lecho la conciencia,
Seco todas las lágrimas en mis senos triunfales.
y hago sonreír a los viejos con infantiles risas.
Soy para quien sepa contemplarme desvelada,
la luna, y soy el sol, el cielo y las estrellas.
Yo soy, mi amado sabio, tan docta en los deleites,
Cuando sofoco a un hombre en mis brazos temidos,
o cuando a los mordiscos abandono mi busto,
tímida y ligera y frágil y robusta,
Que en esos cobertores que de emoción se rinden,
Impotentes los ángeles se perdieran por mí.

Cuando hubo succionado de mis huesos la médula
y muy lánguidamente me volvía hacia ella
A fin de devolverle un beso, sólo vi
rebosante de pus, un cáliz pegajoso.
Yo cerré los dos ojos con helado terror
y cuando quise abrirlos a aquella claridad,
A mi lado, en lugar del fuerte maniquí
que parecía haber hecho provisión de mi sangre,
en confusión chocaban fragmentos de esqueleto,
De los cuales se alzaban chirridos,
como los de una agria e infernal veleta,
o los de un cartel, al cabo de un vástago de hierro,
que acaricia el viento en las noches de invierno.

Charles Baudelaire.

El Vampiro


Tú que como una cuchillada
entraste en mi triste pecho,
tú que, fuerte cual un rebaño
de demonios, viniste, loca,
a hacer tu lecho y tu dominio
en mi espíritu humillado.
--Infame a quien estoy unido
como a su cadena el galeote,
corno al juego el jugador,
como a la botella el borracho
como al gusano la carroña,
--¡maldita seas, maldita!
Rogué al rápido puñal
que mi libertad conquistara
dile al pérfido veneno
que socorriese mi cobardía.
Mas ¡ay! puñal y veneno
despreciándome, me han dicho:
"No mereces que te arranquen
de esa maldita esclavitud,
¡imbécil! --si de su imperio
nuestro esfuerzo te librara,
tus besos resucitarían de tu vampiro ¡el cadáver!".

Charles Baudelaire.

Desde las criptas de la memoria.

Desde las criptas de la memoria.
From the crypts of memory
, Clark Ashton Smith (1893-1961)


Eones y eones atrás, en una época cuyos maravillosos mundos han desaparecido, y cuyos poderosos soles ahora son menos que sombra, moraba yo en una estrella cuyo curso, cayendo de los altos cielos sin retorno del pasado, pendía justo al borde del abismo en el cual, según afirmaban los astrónomos, su ciclo inmemorial encontraría un oscuro y desastroso fin.

¡Ah, extraña era esa estrella olvidada en las profundidades, más extraña que ningún sueño que haya asaltado a los soñadores de las esferas del presente, o que ninguna visión que haya flotado sobre los visionarios en su mirada retrospectiva hacia los pasados siderales! Allí, a través de ciclos de una historia cuyos amontonados anales inscriptos en bronce estaban más allá de toda tabulación posible, los muertos habían llegado a sobrepasar infinitamente en número a los vivos. Y construidos en una piedra que era indestructible salvo en la furia de soles, sus ciudades se levantaban junto a las de los vivos como las prodigiosas metrópolis de los Titanes, con muros que ensombrecían a todas las tierras circundantes. Y por encima de todo pendía la negra bóveda fúnebre de los crípticos cielos: una cúpula de sombras infinitas, donde el lúgubre sol, suspendido como una enorme y solitaria lámpara, iluminaba poco y, apartando su fuego del rostro del indisoluble éter, proyectaba sólo tenues y desesperados rayos sobre los vagos y remotos horizontes y amortajaba los ilimitados paisajes de esas tierras visionarias.

Éramos un pueblo sombrío, secreto y afligido, nosotros, los que morábamos bajo ese cielo de eterno ocaso ante el cual se recortaban las siluetas de los encumbrados sepulcros y obeliscos del pasado. En nuestra sangre corría el frío de la noche antigua del tiempo, y nuestro pulso languidecía con una reptante presciencia de la lentitud del Leteo. Sobre nuestros patios y campos, como invisibles e indolentes vampiros surgidos de mausoleos, se elevaban y fluctuaban las negras horas, con alas que destilaban una maléfica debilidad producto del oscuro dolor y la desesperación de muertos siglos. Los mismos cielos se hallaban cargados de opresión, y respirábamos bajo ellos como en un sepulcro, sellado para siempre con toda su estancación de corrupción y lenta decadencia, y con tinieblas impenetrables salvo para los agitados gusanos.

En sombras vivíamos, y amábamos como en sueños, como en los vagos y místicos sueños que se ciernen sobre los últimos límites del insondable reposo. Sentíamos por nuestras mujeres, con su pálida y espectral belleza, el mismo deseo que los muertos acaso sienten por las fantasmagóricas azucenas de los prados del Hades. Pasábamos nuestros días vagando por entre las ruinas de solitarias e inmemoriales ciudades, cuyos palacios de calado cobre, al igual que sus calles abiertas entre largas filas de esculpidos obeliscos dorados, se veían sombríos y mórbidos bajo la luz muerta, o yacían sumergidos para siempre en mares de inmóvil sombra; ciudades cuyos vastos templos de hierro preservaban aún su lobreguez de primordiales misterio y horror, y desde donde las esculturas de dioses siglos atrás olvidados miraban con ojos inalterables el cielo vacío de esperanza, y veían la noche ulterior, el olvido final. Lánguidamente cuidábamos de nuestros jardines, cuyas grises azucenas ocultaban un necromántico perfume que tenía el poder de evocarnos los muertos y espectrales sueños del pasado. O, errando a lo largo de campos de perenne otoño, del color de la ceniza, buscábamos las raras y místicas inmortales, de sombrías hojas y pálidos pétalos, que florecían bajo sauces de exangües follajes similares a velos; o llorábamos bajo un dulce rocío de nepente, junto al fluyente silencio de aguas aquerónticas.

Y uno tras otro fuimos muriendo, y nos perdimos en el polvo del tiempo acumulado. Y sólo veíamos a los años como una lenta sucesión de sombras, y a la muerte como el ceder del ocaso ante la noche.

Clark Ashton Smith (1893-1961)

Los Vampiros en el arte

Lamia and the soldier.Lamia y el Soldado.
(Primera versión, 1905, John William Waterhouse).
Sobre las Lamias ya hemos hablado en varias ocasiones; sin embargo, resulta difícil conciliar las horribles historias mitológicas con esta bella imagen de una Lamia a los pies de un ignoto caballero medieval. Pero detrás de esta aparente inocencia, se sugiere algo ciertamente aterrador: el caballero ha abandonado sus pertrechos, su espada y su escudo yacen fuera de su alcance, el yelmo descansa a su lado; la Dama no habla, sus profundos ojos inmovilizan al caballero con los encantos de su mortal belleza, mientras sus lívidos dedos recorren el frío acero de la armadura.
Waterhouse nos muestra la culminación del hechizo: momentos después (nos atrevemos a imaginar) todas las defensas del caballero serán derrumbadas, y su destino será consumado.
 
Lamia.(Lamia, segunda versión, John William Waterhouse, 1909).
Nachtmahr.
(Pesadilla, Johann Heinrich Fusseli, 1802).
The Vampires.(Los Vampiros, Istvan Csok, 1907).

Vampiros Femeninos

No todas las Criaturas de la Noche pertenecen al género masculino. Cuando el hombre logró desarrollar la capacidad de concebir aquellos horrores que se agitaban en su interior, los imaginó, naturalmente, con un rostro femenino.
Así, el enigma de lo "Femenino" pasó a poblar las sombras del crepúsculo; la mujer fue investida con la máscara de una naturaleza violenta, voraz. La sexualidad, en apariencia insaciable, de la mujer, tejió en la imaginación del Hombre toda clase de pesadillas; y aquel tímido Ser, con el cual nuestros ancestros compartían el austero lecho, adquirió en la Penumbra una renovada vitalidad.
Desde entonces; algunos de nosotros hemos aprendido a no temerles; sino a escucharlas. No podría decir cuántas noches fui reconfortado con la presencia de tan temidas y despreciadas Damas. Cuando el resto de la casa se hundía en el más absoluto silencio, cuando todo era un escenario de sombras informes, desde mi biblioteca acudían hasta mi lecho: fantasmas de rostros pálidos envueltos en raídas túnicas de terciopelo blanco, cuyos lívidos dedos jugaban con mis cabellos, mientras sus fríos labios susurraban en mis oídos los laberintos del infortunio.
El Sueño no fue desvaneciéndose con los años; aún habitan los rincones de mi biblioteca; aún hoy acarician mi rostro en la íntima soledad de mi habitación; y sé que no me abandonarán.
Espero que sepas perdonar, paciente lector, mi absoluta falta de talento al narrar las historias de estas olvidadas Damas.

Madame Bathory La Condesa Sangrienta.

Los hechos y personajes de las leyendas populares son, en ocasiones, detalles distorsionados de sucesos reales, la obra de campesinos simples. Sin embargo la historia muestra qué pálidos resultan los relatos sobre vampiros si echamos una mirada sobre la vida de Elizabeth Bathory, la condesa sangrienta.

La Infancia de Elizabeth.
Gabrielle Erzsebet Bathory-Nadasdy; más conocida como Madame Bathory es una de las figuras más tenebrosas y enigmáticas de la historia. Nace nada menos que en Transilvania en 1560 en el seno de una de las más poderosas y ricas familias del país. Entre sus parientes había un cardenal, y un príncipe de Transilvania. Su primo, el conde Thurzo fue primer ministro de Hungría, y hasta el rey Esteban de Polonia se contaba entre sus familiares. Pero entre la religión y los asuntos de estado, la familia tenía otros intereses; un tío era hechicero, una tía lesbiana; y un hermano célebre por sus conquistas amorosas, las cuales lograba a menudo a través de la fuerza.

Se dice que a los 4 o 5 años de edad la pequeña Elizabeth sufrió de violentos temblores y convulsiones. A los once años fue prometida al conde Ferencz Nadasdy, y enviada a pasar unas temporadas con su nueva familia. A los trece queda embarazada de un sirviente. El muchacho fue castrado y lanzado a los perros, y Elizabeth fue enviada a un remoto castillo familiar para que pariera. Se hizo desaparecer al bebé.

El Inicio del Horror.
A diferencia de la mayoría de la gente de su tiempo, Elizabeth poseía una inteligencia notable; hablaba perfectamente el húngaro, el latín y el alemán. Su cultura era extensa y sus modales impecables. Se piensa que ya en esa época el marido y la familia de Elizabeth conocían sus inclinaciones sádicas, pero estas actitudes no eran extrañas en la aristocracia, por lo que nadie consideró el asunto como relevante.

El 8 de mayo de 1575, a los 15 años se casa con el conde, quien tenía 26. Se mudaron al majestuoso castillo Csejthe en la región de Nyira, en el noroeste de Hungría. La pareja se veía en raras ocasiones debido a las actividades guerreras de Ferencz, conocido como el "guerrero negro". Diez años pasaron hasta que Elizabeth tuvo a su primera hija, Ana; luego vinieron Úrsula y Katherina, y finalmente su único hijo varón, Pàl. El 4 de enero de 1604 muere su marido, dejándola viuda a los 44 años. Cómo primera medida la condesa despide a su odiada suegra del castillo, y encierra en los sótanos a las protegidas de la anciana.

Durante su matrimonio, Elizabeth había trabado amistad con un sirviente, un tal Thorko, quien la inició en las prácticas de la nigromancia.

Ayudada por el sirviente y por su vieja niñera, Ilona Joo, Elizabeth comenzó a torturar a algunas criadas del castillo. Luego se agregaron otros cómplices: Johannes Ujvary, y dos brujas llamadas Dorotea Szentes y Dárvula.

Por esa época comienzan los rumores en los pueblos cercanos de que algo siniestro ocurría en el castillo. Espíritus sencillos hablaban de magia negra y oscuros rituales; otros, menos exaltados, meneaban la cabeza y afirmaban que la extraña obsesión de la condesa por su belleza era un simple acto de vanidad.

Bautismo de Sangre.
Cierto día, una de sus criadas le tiró de los cabellos accidentalmente mientras la peinaba. Elizabeth la abofeteó fuerte, tan fuerte que se salpicó la mano con la sangre de la muchacha. De inmediato, Elizabeth sintió que su piel en esa zona obtenía la frescura de su joven criada. Allí despertó el monstruo. Inmediatamente llamó a Johannes y a Thorko; desnudaron a la muchacha, le cortaron la garganta pronunciando diabólicas letanías y la desangraron en una tina. Ese día Elizabeth se dio su primer baño en sangre humana.

Entre 1604 y 1610, los oscuros agentes de Elizabeth se dedicaron a proveerle de mujeres entre 9 y 16 años para sus sangrientos rituales. En un intento desesperado por mantener las apariencias, la condesa convenció al pastor local para que a las desafortunadas se les diese funerales y entierros respetables. Cuando la cifra de muertes creció alarmantemente, el párroco comenzó a manifestar sus dudas. Elizabeth tuvo que empezar a enterrar a sus víctimas en los jardines del castillo al amparo de la noche. Algunos dicen que fue el párroco quien la denunció oficialmente ante el rey Matías a través de la curia clerical.

Las Torturas.
En aquella época, la condesa tomó la costumbre de quemar los genitales de las sirvientas con velas, carbones y hierros al rojo por pura y demencial diversión. También generalizó su práctica de beber sangre directamente mediante mordiscos en las mejillas, los hombros y los senos. Azotaba a las desafortunadas y no en la espalda, como era la costumbre, sino en los pechos; de esta manera podía ver los rostros aterrorizados y presos del dolor. En su obsesión creía que la sangre la mantendría siempre bella.

Según el testimonio de un testigo que acompañó al conde Thurzó al castillo de Madame Bathory, lo primero que vieron fue una joven en el cepo del patio, en un estado que lindaba con la muerte debido a los golpes que le habían fracturado los huesos de la cadera. En el interior del castillo encontraron a una muchacha desangrada en el salón; y otra que agonizaba con su cuerpo agujereado. En las mazmorras descubrieron a una docena de jóvenes más, algunas de las cuales habían sido cortadas y perforadas.

Se exhumaron cincuenta cuerpos. Todo el castillo estaba cubierto de manchas de sangre seca; cada corredor, cada salón, despedía el fétido hedor de la muerte y la putrefacción. Por el diario de Elizabeth, quien con metódica crueldad anotaba cada una de sus diversiones, sabemos que el número de sus víctimas es de al menos 612 personas.

Las torturas eran acompañadas de violentas orgías, los gritos de dolor se mezclaban con el paroxismo erótico de la condesa y sus agentes. Bebían la sangre mientras todavía manaba tibia de las heridas de las jóvenes.

En 1609, por falta de criadas en la zona a causa de semejante masacre, Elizabeth cometió el error que eventualmente acabaría con ella: comenzó a tomar niñas de buena familia con el pretexto de educarlas. La última víctima conocida fue una niña de 12 años llamada Pola, y su asesinato fue particularmente cruel, incluso hablando de la Condesa Sangrienta. Se desvistió a la joven y la encerraron en una especie de jaula.

Esta particular jaula estaba construida en forma de esfera, demasiada estrecha para sentarse y muy baja para estar de pie. En el interior estaba cubierta de hojas de un pulgar de largo; y sobre esta macabra celda Elizabeth y sus secuaces realizaron una interminable orgía, sacudiendo la jaula y provocando la tortuosa muerte de la muchacha debido a los profundos cortes.

En 1612 se inició el proceso, Elizabeth se amparó en sus derechos nobiliarios. Quienes sí comparecieron ante la ley, por la fuerza, fueron los siniestros colaboradores. El juicio se centró en las muertes de las jóvenes aristocráticas. Las jóvenes pobres carecían de importancia.

Salvo las brujas, todos los compañeros de Elizabeth fueron torturados y quemados en la hoguera. Katarina Beneczky, que con catorce años era la más joven de las ayudantes de la condesa, salvó su vida a expreso pedido de una de las sobrevivientes. A las hechiceras extrañamente sólo se les arrancó las uñas, por haberlas empapado en sangre cristiana.

La Condesa Sangrienta nunca fue declarada culpable, aunque si se la encerró en el castillo. El cuarto que le servía de prisión fue tapiado con ladrillos, se dejó sólo una rendija para pasarle los alimentos.

El Final.
El 31 de julio de 1614, Elizabeth Bathory dejó su testamento. El 21 de agosto de ese año uno de los carceleros la vio tirada boca abajo en su celda, se derribó la pared y se comprobó que estaba muerta. Así dejaba este mundo, a los 54 años de edad, la condesa sangrienta.

Elizabeth Bathory cometió toda clase de excesos en una absurda batalla en contra del tiempo. Su lucha tenaz y macabra por conservar la fugaz belleza física acabó con centenares de vidas; aunque la ironía del destino nos ha dejado una frase que es por lo menos inquietante:se dice que durante sus funerales, el párroco del pueblo de Eczed, afirmó:

Es la mujer más hermosa que mis ojos hayan visto.

Para aquellos que creen que ya no hay nada que pueda agregarse al mito de la condesa sangrienta, los invito a leer este excelente y breve ensayo de la escritora argentina Alejandra Pizarnik, llamado El Espejo de la Melancolía.